Recuerdo perfectamente el primer día del resto de mi vida: no hizo falta llorar para coger oxígeno. Todo lo contrario, bastó mirarte para empezar a respirar. Desaprendí todo lo que había aprendido a lo largo de mi anterior huida, y cuando digo todo, es todo. Empecé a hacerte sentir parte de mis versos, siempre estabas dentro de ellos, eras un héroe, un héroe rescatado de un naufragio. Era la misma que tiene tantas cicatrices como heridas en la memoria, la que sabía romperse para hacerse escuchar y la que creía no necesitar a nadie para ser invencible. Aproveché para respirarte cerca de la nuca para escribirte una historia en el arco de tu espalda, con tinta invisible, para que no me recordases con el paso de los días, pero no pudieses olvidarme si volvía. Vida tras vida. Disparaba balas, y qué manera de hacerlo, a través de las palabras; me hacía sangre para creer que aún sentía algo, y que la sangre era capaz de contar historias que ya no había forma de evitar. Todas esas heridas se convirtieron en mapa. Tú te llevaste todos los secretos que escondía debajo de la almohada y me arrancaste todo, menos la ropa.
Recuerdo haberte mirado a los ojos, tratando de buscarte el corazón. Siempre habías asegurado que se marchitó tras la derrota de una batalla que te atreviste a librar aun sabiendo que no habría forma de ganarla sin perderte. Me convencí de que alguien que es capaz de sonreír como tú tenía que tener un corazón capaz de combatir todos aquellos instantes. Me dijiste que te gustaba salvar las almas perdidas de la gente. Se perdían demasiado deprisa, casi no había tiempo para encontrarlas, pero tú habías aprendido a conseguirlo. Veías la tristeza de los corazones e imaginabas una bonita forma de extraviar esos malos pensamientos y reconocer sus propios miedos. Debiste visualizar toda la tristeza que proyectaba mi mirada, porque empezaste a repararme enseguida.
Conocí a alguien que caminaba sobre el Sol e iluminaba las sombras. Te conocí con las estrellas pintadas en los ojos y las constelaciones grabadas en la piel como si de un lienzo se tratara. A veces quiero que seas eterno, otras te quiero en formato real -de carne y verso- para follarnos como quien sabe que nos queda un día menos de vida en este planeta. A ratos creo verte sin mí, a ratos me gusta imaginarme en tu pasado y pensar que nos cruzamos sin darnos importancia, pero que nos quedamos con el olor del perfume del amor de nuestra vida.
Podría confesarte en qué me fijé lo primero cuando te tuve enfrente, pero entonces tus ojos me pedirían explicaciones del por qué no les nombro a ellos. No creo que exista nada capaz de hacerle justicia a tus ojos y ese es el único motivo por el que no soy capaz de describir el océano que escondes en ellos. A veces imagino cómo sería ser otra persona y poder hablar contigo sin pensar en besarte a cada segundo -es una putada, créeme.- A veces necesito decirte con todo, menos con palabras, que desde que estás en mi vida, la vida envidia mi suerte y la suerte se ha instalado por completo en mi vida.
Esa persona que te despierta ternura y los demonios al mismo tiempo.
Comentarios
Publicar un comentario