A ti tengo que confesarte muchas cosas.
Te confieso que me entraste desde el primer día que te vi reír. Te confieso que no había visto sonrisa más sincera en la vida. Tengo que confesarte que a veces me pregunto a quién esperaba. O qué esperaba de ese alguien. Espero que alguien me cuente por qué no apareciste antes. O por qué tardé tanto en verte. Te confieso que me pregunto qué sería yo hoy sin ti. O qué continuaría siendo.
He de decirte que pienso que sin saberlo (o sabiéndolo) dejaste un hueco para que esta que te escribe se metiera en tu vida cuando menos pensabas. Cuando menos querías. Dejaste un hueco suficientemente grande para que cupiera yo. Con todo lo que eso supone, que no es poco. Y te dije que iba a quererte tanto que todo lo que hemos vivido solo iba a ser el prólogo. Y te dejaste querer. Te dejas querer.
Alguna vez me dijiste que nunca habían luchado por ti. Lo que no sabes es que estabas en las batallas equivocadas. Ahora te encuentras en medio de una guerra. Una guerra de la que no sabes cómo salir -y tampoco quieres-. Y yo por ti lucho. Lucho porque no hay nada que me parezca más valioso que tú. Por las ganas de vivir que desprendes, de comerte el mundo. Lucho porque me han repetido millones de veces que vale la pena luchar, por lo que vale la pena tener. Y tú, mi amor, tú mereces la pena en todos los sentidos. Y la alegría.
Mereces la pena. Mereces la pena cuando sonríes, cuando duermes, cuando gritas que no quieres a nadie más de lo que me quieres a mi. Mereces la pena cuando me miras. Por ti hoy -y siempre- lucho. Lucho porque me amas más de lo que creo merecer. Lucho porque te sueño y NO existen tiempos difíciles para los soñadores.
Por ti. Siempre.
Comentarios
Publicar un comentario