A mí los lunes me saben a hastío. Los martes te echo mucho de menos y no quiero miércoles sin tu espalda. De los jueves ni hablamos. Y los viernes no me alcanzan para demostrarte cuánto te quiero. Los fines de semana no deseo otra cosa que no sea descansar mi mano sobre tu vientre y curiosear un poco más abajo y que sean míos tus gemidos.
Entre horas lo que quiero es que repitas mi nombre hasta cuando no estás conmigo. Y que vayas por ahí y sonrías de la nada cuando recuerdes mi susurro en tu oído. Yo seguiré siendo ese péndulo entre la mujer huracán y la que se sonroja si le dices que es más bonita que la noche. Seguiré marcando el ritmo de tus deseos y de tus erecciones a deshora e incendiaré tu mundo un día cualquiera a mediodía porque estás hecho de un fuego que me fascina.
Y te juro que ahora soy capaz de arrancarte la ropa, de romperte los miedos, de cerrarte las heridas y de quedarme para todo. Que desde que estamos juntos entiendo lo de soñar sin dormir y me creo lluvia y te duermo a besos.
¿Y sabes lo mejor -o peor- de todo? Que de aquí dentro no te vas a ir nunca, que te voy a a hacer regresar con cada palabra y que te llamaré cada vez que me ardan las manos. Has sido, por lo menos, siete veces los arañazos de mi espalda; en nueve de cada diez ocasiones el olor de mi almohada, y en infinitos momentos el pronóstico de la locura que arraiga en las patas de mi cama.
Me sigo quedando contigo porque me has quitado las lágrimas y me has devuelto todas las sonrisas que perdí por el camino. Nunca imaginé que una persona tuviera tanto que darme. Tengo mucho que devolverte. Me falta vida.
Te quiero.
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