Después de una breve pausa en nuestra conversación, vuelves a la carga con tu recital de palabras y la verdad es que hace ya tiempo que dejé de escucharte. Perdóname, pero no puedo evitar fijarme en esa boca que me habla y me sonríe y medito sobre si tú estarás pensando lo mismo que yo: "que ganas de comerte" -o de correrme-. Imagínate el esfuerzo que tienen que hacer mis sentidos para no desviarse del tema (aunque, ¡joder!, el tema eres tú). Y vuelvo a pensar que si me sonríes otra vez, yo hago revoluciones para vivir en tu sonrisa. Y vuelves a hacerlo. Tan natural, tan tormenta... y yo tan amantes del caos.
Y creo que dices cosas como inventar un tipo de teletransportación para reírnos de la distancia. Yo firmo, donde sea; ojalá en tu piel. Esa piel que ya reconozco como la huella dactilar que me desbloquea. De repente se me viene a la cabeza pensar que el vértigo no se siente solo con mirar hacia abajo. Que también se siente cuando vuelves la vista atrás hacia ese pasado que tanto pesa. Yo siempre fui de perder el equilibrio hasta que encontré en tus ojos dos razones por las que no caer.
Y tú mientras sigues hablando. Me cuentas que esta noche hay luna llena... o cuarto menguante, no lo sé. Perdona que no te escuche, pero mis costillas no paran de temblar con cada parpadeo que das. No puedo evitarlo. Se me clavan tus iris en mis retinas y mi piel pide a gritos el contacto con la tuya.
Perdóname que no te escuche. Pero es que estoy segura de que estas paredes no habían visto nunca tanta luz hasta que tú viniste.
Perdóname, pero los latidos de mi corazón embotan mis oídos y solo puedo apreciar que cada sístole y diástole te pertenecen.
Sigue hablándome siempre. Prometo intentar domar mis sentidos para no perderme.
O no...
Comentarios
Publicar un comentario