Me
parece muy descortés por tu parte que todavía no estés aquí después de llevar
toda la vida esperándote. Y cuando digo “aquí” me refiero a esta puta cama en
la que cabemos tú, dos corazones y yo. Y quizás un poco –bastante- de sexo.
Debería enfadarme con las mariposas que hicieron huracanes en tus ojos porque en
este momento no me mueven el pelo. Ni las mariposas tampoco. Debería gritar,
chillar y saltar como una loca porque el rojo de mi pintalabios se ha
desgastado en mi almohada y no en la tuya.
Debería
decirte que son 14 días los que tarda la Luna en crecer hasta ser luna llena y
tú has tardado años en prometerme que ella pasaría envidia. Y lo de estar aquí
no sé, pero lo de prometer y cumplir lo llevas rigurosamente a rajatabla. Como
se debe hacer. Porque habrás llegado hace poco, pero me encanta pensar que, en
algún momento de nuestras vidas, justo en el mismo momento, nos dimos cuenta de
que las promesas pesaban más que las palabras. Para los demás. Para nosotros
solo supone tener el valor de hacer que la provocación y el placer vistan sus
mejores galas. Día tras día.
Y no sé
a ti, pero me parece lo más fácil que he hecho nunca. Porque contigo todo es
fácil. Porque me arde la piel y pierdo el sentido del tacto si me tocas, si me
muerdes. Siempre he dicho que arder a tu lado me parece la mejor decisión que he
tomado jamás.
Qué
efímero me parece ya el pasado y qué lejano el futuro sin ti. Qué rabia pensar
que nuestros relojes marcan la misma hora en lugares distintos. Pero qué
casualidad que lleve toda la vida buscando un amuleto para colgarlo en el
llavero y resulta que el mío no cabe en mi bolsillo.
Pero… a
lo que iba. Qué desconsiderado eres por hacerte un diario en mis ojos y no
estar aquí para escribirlo de tu puño y letra. Y es que me da igual que me
digas “no siempre habrá tormenta” si no estás tú para encender mis sueños. Y es
que me da igual si hay aguaceros, chaparrones, tempestades y vendavales si al
final de mis dedos está tu espalda. Eres la calma hecha Olimpo.
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