Abrazarte es lo mejor que he podido hacer por mí. Que me crezcan las arterias debajo de tu piel me oxigena el corazón. Conquistar tu galaxia mientras combatimos bajo las sábanas y clavar mi lengua en tus lunares como si fuera una auténtica colonizadora. Y pedirte una tregua para que nos sobren ganas, por si queremos repetir. Y seguro que lo hacemos.
Ser el impulso que te (la) levanta y te hace correr(te) a 100 km/h cada día es suficiente para hacer vibrar mis cuerdas vocales, tener tu sabor en mi paladar y enseñarme a conquistar los mares, a mí, que fui la sirena anclada a un barco.
Me arden las palmas de las manos si no te toco, y cuando lo hago provoco incendios. Eres como el infierno que purifica, la religión que arrasa y la fe que despedaza principios. Metí todas mis creencias en tu boca y venero cada uno de tus pecados más capitales. Y ojalá hubiera llegado antes, porque llegar a ti es llegar a todas partes.
Porque también tienes el cielo en los párpados y dejas calma cuando estás. Calma que se adormece cuando las luces resuenan con cada paso que das alejándote de la cama que nos ha visto crearnos y jadear.
Y es que, mi amor, me hablan de guerras cuando para mí solo existe la victoria de verte despertar. Porque cada mañana contigo soy yo, en diosa, en humana, en pecadora y en santa.
Contigo, cada día, no soy la escritora, soy la musa.
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